En los días previos al puente de la Independencia nos enteramos de la renuncia colectiva de los integrantes del Consejo Nacional de Educación Ambiental para la Sustentabilidad. Algunos lectores se estarán enterando apenas de la existencia de este órgano de consulta de la SEMARNAT que tiene entre sus funciones emitir recomendaciones a la Secretaría sobre todo lo que tenga que ver con la educación ambiental para la sustentabilidad y servir de puente entre las secretarías de Medio Ambiente y de Educación.
En una carta firmada por el pleno del Consejo (aquí viene una reflexión del ex-presidente del Consejo que resume las motivaciones de la carta), todos académicos y educadores muy reconocidos, comunicaron al Secretario Guerra Abud los motivos de su renuncia, entre los que sobresalen el hecho de que no han sido convocados por la actual administración y que el órgano no tendría sentido sin la disposición de la autoridad ambiental de escuchar e implementar las recomendaciones de política pública por ellos emitidas.
Sin conocer los detalles ni las discusiones internas del Consejo –porque de seguro se reunieron para decidir renunciar– y expresando mi solidaridad con los colegas ex-consejeros, creo que esa renuncia colectiva es un error. El efecto práctico es que los principales interesados cancelaron la posibilidad de que exista una política pública dictada por los expertos. También, creo que los periodicazos y otras acciones para que la sociedad se interese y la autoridad reaccione funcionan mejor desde dentro: da más vergüenza que el Consejo, con el que se supone que tienes diálogo y al que se supone que consultas, solicite ayuda de terceros que si se levanta de la mesa y cancela toda posibilidad de tener injerencia en un ámbito que, dado el estado de la nación, seguramente no se registra en la mente de los tomadores de decisiones, mucho menos de aquellos que asignan los dineros públicos.
Ciertamente el perfil del Secretario Juan José Guerra Abud es bastante peculiar para la cartera del medio ambiente –una de las razones que motivaron la renuncia colectiva–, empezando por su membresía en el autodenominado (como todos) “Partido” “Verde”, siguiendo con su actividad en la industria de los automóviles (un sector que depende de la quema intensiva de combustibles fósiles) y terminando con su discurso de toma de protesta en el que aclaró que su principal mandato tiene que ver con la economía seguido, muy de cerca, por el ambiente.
Sin embargo, no todas las señales ni acciones del Secretario Guerra han sido tan malas. Fue él –y no los ridículos rapeles parlamentarios de Greenpeace– quien estableció para fines prácticos una especie de moratoria a la siembra comercial de maíz GM mientras se organizan para establecer una política de Estado sobre el tema. También la Semarnat será la principal encargada en cumplir la nueva legislación sobre cambio climático que obliga a México a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, algo que no existe en ningún otro país. Otro ejemplo fue el nombramiento de la nueva Directora del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, una académica de toda la vida quien recientemente dirigía al Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM.
Si este Consejo Nacional de Educación Ambiental para la Sustentabilidad es una parte obligada de la Semarnat establecida en sus leyes y reglamentos, seguramente sus miembros serán reemplazados pronto. Por ejemplo, una búsqueda rápida de “educación ambiental” en México arroja más de mil resultados en LinkedIn, pero siempre será mejor que sean los meros-meros expertos quienes participen en esos órganos de consulta, aunque a la hora de la hora no los pelen.
Las oportunidades que tienen los académicos de incidir directamente en políticas públicas en un país como México –en el que a veces da la impresión de que la über-ciencia es la economía y no la física–siguen siendo muy limitadas. En el caso del Consejo Nacional de Educación Ambiental para la Sustentabilidad, un tema tan importante como descuidado, creo que valía la pena insistir más en su re-instalación, desarrollar reglas para tener una operación estable y reuniones periódicas y hacer ruido desde dentro.
Dice el cliché que el futuro son los niños. A mi ya me queda claro que el futuro está en manos de los grillos, que son quienes dictan la políticas públicas que determinarán el país que le tocará a los niños. Por eso es que urge educar a unos y a otros. Era más útil conservar el espacio y convocar a los medios y denunciar “esto es lo que tiene que hacer México en materia de educación ambiental para la sustentabilidad pero no nos hacen caso ni la Semarnat ni la SEP” que bajarse de la palestra y replegarse en la torre de marfil dónde a veces terminamos predicando a los conversos.
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