Cálculos recientes estiman que en el mundo podrían existir casi nueve millones de especies biológicas, sin contar a las bacterias, de las cuales nada más tenemos catalogadas a unas 1.2 millones. A excepción de un puñado como los humanos, los perros y un número pequeño de otras especies de fauna y flora acompañante, la distribución geográfica de la mayoría de las especies es muy limitada. Es decir, se originaron y han habitado en cierta región más o menos específica. Durante su historia evolutiva les ha sido bastante difícil desplazarse hacia otros sitios, especialmente hacia otros continentes.
Esta característica de las especies biológicas fue la que permitió, por ejemplo, concluir que las masas continentales de África y Sudamérica alguna vez estuvieron unidas. Por un lado está su innegable aspecto de piezas de rompecabezas. Por el otro, y más contundente, está el hecho de que los paleontólogos encontraron fósiles de las mismas especies animales en ambos lados del Atlántico.
Los humanos siempre hemos sido una especie muy inquieta. Ya hemos hablado en esta columna de nuestro comportamiento migratorio durante la prehistoria y de cómo la invención de la agricultura permitió el surgimiento de la(s) civilización(es). Sin embargo, siempre hubo grupos que se dedicaron a explorar nuevos territorios y a extender, en muchos casos mediante la fuerza, la influencia de su cultura. Estas exploraciones se volvieron realmente importantes, tanto en frecuencia como en distancia, a partir de la invención de los barcos. Con el movimiento de humanos alrededor del mundo comenzó el movimiento de otras especies, empezando por las proverbiales ratas de barco que salen en todas las películas de piratas.
Quizá la imagen más representativa de estos nuevos movimientos de especies son los cromos con la imagen de Cristobal Colón dando cuentas a la Reina Isabel de sus travesías por las falsas Indias y obsequiándole una colección de plantas, animales y personas provenientes del Nuevo Mundo. De hecho, en su tercer viaje, Colón se llevó algunas pencas de nopal tunero de regreso a Europa que se convirtieron en la sensación en algunas comunidades del Mar Mediterráneo. Quienes sean cinéfilos seguramente se habrán fijado en esas nopaleras que aparecen en el fondo de numerosas películas filmadas en el sur de Italia, sobre todo en las islas. De hecho las tunas o ficodindia, como les dicen los italianos, se convirtieron en un cultivo muy importante culturalmente para los habitantes de Sicilia, Cerdeña y otras, al grado de que la comunidad italiana de la costa este de Estados Unidos compra gustosa tunas de a dólar, sobre todo en época navideña.
El contraste, con respecto al aprecio que le tienen a las tunas en Italia, es que en el resto de la región del Mediterráneo la planta que sostiene a nuestro escudo nacional es ampliamente despreciada. Esto se debe a que el nopal es una planta muy aguantadora de la sequía, pero que cuando llueve crece rápido. Por eso ha sido capaz de establecerse de manera muy agresiva por todos lados, desplazando a las especies locales. De hecho hay un nopal incluido en la lista de las 30 peores plantas invasoras a nivel mundial.
Aquí en México también tenemos especies exóticas que se vuelven invasoras muy nocivas para la biodiversidad local. Uno de los casos más notables es el del gorrión gorrión. Este pájaro europeo come de todo, es muy agresivo con otras especies de aves –especialmente con las crías– y le encantan ciudades donde con frecuencia desplaza a las pocas especies nativas que medio “se hallan” en los ambientes urbanos.
De las plantas, mi villano favorito es el llamado zacate buffel. Este es un pasto forrajero que los ganaderos trajeron al noroeste de México y al sur de Estados Unidos a mediados del siglo pasado. Tiene la ventaja de que acumula mucha biomasa muy rápido y es nutritivo para las vacas. El problema es doble: primero se dedicaron a desmontar la vegetación natural para establecer praderas artificiales con ese zacate, lo cual es la forma directa de acabar con las especies locales. El segundo problema es que como a esta especie le encanta el disturbio y evolucionó en África en sitios donde los incendios eran muy frecuentes, ha aumentado la frecuencia de incendios en sitios donde eran muy escasos. En consecuencia, las especies locales pueden no rebrotar, lo cual aprovecha el zacate buffel para extender su cobertura. De hecho, la alteración en los regímenes de fuego y su agresividad como invasora, con la consecuente pérdida de biodiversidad local, fomentaron que el gobierno de Estados Unidos prohibiera que se siguiera plantando zacate buffel y ha establecido programas de control muy vigorosos. En contraste, los gobiernos locales de varios estados en México siguen subsidiando la siembra de zacate buffel como una forma de fomento a la ganadería. Quienes vayan o vengan, sobre todo en diciembre-enero, pasando por Nogales, notarán muy clara la diferencia en la vegetación a la orilla de las carreteras. De este lado, en los camellones y en las orillas está lleno de zacate buffel.
La acción de las especies invasoras sobre la biodiversidad nativa es una de las principales causas de pérdida de la biodiversidad, solamente detrás del cambio de uso del suelo –cuya acción es clara y contundente, como un desmonte– y del cambio climático –con efectos más sutiles y a veces cuestionados–. Es muy importante conocer cuales son las que representan un riesgo mayor en nuestro país y estar atentos para impedir su diseminación.
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