Para Pablo, Mario, Laura, Rodrigo
y los que se acumulen esta semana
Yo no se a ustedes, pero a mi me dio mucho gusto que Gravity se ganara casi todos los Óscares para los que fue nominada, incluyendo el de mejor director. Efectivamente, Alfonso Cuarón arrasó con los premios cinematográficos más importantes del mundo con una película que bien se pudo haber llamado Hora y media de ñáñaras. Sin embargo, el director ha generado polémica debido a sus declaraciones de que, siendo estrictos, Gravity no puede ser considerada película mexicana.
La reacción pública ha sido similar pero de menor magnitud a la desatada por el futbolista Carlos Vela, quien ha declinado de manera recurrente a las invitaciones a participar en los mundiales y otras giras de la selección nacional. El espectro de las reacciones es amplio y en ambos casos abarca desde atribuirles estatus de héroe nacional hasta traidor a la patria.
Igualito que en el fútbol o que en el cine, en la ciencia también existen casos de académicos que han logrado consolidar carreras importantes y avanzar el conocimiento a pesar radicar fuera del país. O más bien, gracias a ello. Hubo una época en la que desarrollar tu carrera en el extranjero era equivalente a convertirse en un forajido de la ciencia nacional, especialmente si se habían cursado los estudios doctorales con una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Antes, para irte becado tenías que firmar un pagaré por varias decenas de miles de dólares que, durante algún tiempo, debía ir respaldado por las escrituras de alguna propiedad. Si no regresabas, tenías la obligación de pagar la beca –se cuentan historias de acciones de cobranza que hacen que los motociclistas del banco del “guardadito” parezcan aficionados– además de que te quitaban la credencial de científico mexicano.
Afortunadamente, el gobierno entendió que nos salía más caro cortar relaciones con los cerebros fugados de las académicas y académicos asentados en el extranjero que dejarles echar raíces donde encontraran las condiciones adecuadas para su trabajo y fomentar colaboraciones con sus grupos de investigación. Quizá entendieron que no tiene sentido obligar a los académicos migrantes a regresar a un país con déficit de trabajos de investigación científica; a un país en el que el presupuesto de ciencia no llega ni a 1% del producto interno bruto, a pesar de que existe una ley que así lo manda.
De hecho, la nomenclatura ya cambió y, con amplia corrección política, ahora se habla de la circulación de talentos en lugar de la infame fuga. Más aún, el gobierno federal apoya la coordinación de grupos de mexicanos en el exterior a través del portal de la Red de Talentos Mexicanos.
Creo que el problema tiene varias aristas, empezando por las malas políticas de desarrollo que obligan a que los talentos, de todos los niveles educativos, tengan que irse de su país para buscar las condiciones adecuadas para su trabajo. Una agravante desde el punto de vista ético, me parece, es que una vez que los paisanos se consolidan o “la hacen” en el extranjero, entonces sí, todos los apoyamos (desde el principio) y todos nos sumamos a su éxito. Una cosa es alegrarse y por la ley de los seis grados de separación sentir como propia la celebración, pero otra de pésimo gusto es cuando los gobiernos, sobre todo los locales, se adjudican los méritos.
Sin duda el ejemplo más célebre en el mundo de la ciencia transfronteriza mexicana es el del doctor Mario Molina, a quien, por cierto, mandamos felicitaciones por su cumpleaños que fue ayer. El doctor Molina compartió el Premio Nobel de Química en 1995 con Paul Crutzen y Sherwood Rowland por sus estudios sobre la formación y descomposición del ozono atmosférico. Después de estudiar química en la UNAM y de obtener un doctorado por la Universidad de California, Berkeley, Mario Molina realizó investigación y docencia en la Universidad de California, Irvine –donde publicó el trabajo que le mereció el Nobel cuando era postdoc–, el Jet Propulsion Laboratory del Tecnológico de California. De 1989 a 2004 fue profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, puesto que dejó tras jubilarse y mudarse a San Diego, donde es profesor de la Universidad de California. El doctor Molina ha aprovechado su visibilidad y su parte del premio Nobel para fundar un think tank de investigación y política pública ambientales con el que ha logrado, en cierta medida, incorporar ciencia en la agenda ambiental y en la política pública de nuestro país.
Dos casos más recientes son el del maestro José Hernández –astronauta de ascendencia michoacana– y el doctor Moisés Carreón –egresado de licenciatura y maestría de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo quien recibió el reconocimiento presidencial en EEUU a los ingenieros y científicos jóvenes–. El maestro Hernández ha impartido conferencias y ha sido homenajeado en Michoacán. Igual que el Dr. Q, es un ejemplo de la movilidad social que resulta de la sinergia de la motivación personal con las condiciones adecuadas que se deben proporcionar las instituciones del Estado, especialmente las educativas. Ciertamente es de celebrarse que el hijo de emigrantes haya tenido la entereza y la oportunidad de convertirse en ingeniero y de viajar al espacio. Sin embargo, el hecho de que lo haya logrado en Estados Unidos revela el fracaso del Estado Mexicano, específicamente de Michoacán –actualmente intervenido por la Federación y que tiene a la mitad de su población radicando en otros estados y países–.
El caso del doctor Carreón es más sutil. Naturalmente el reconocimiento que recibió el ingeniero nicolaíta fue motivo de celebración en su alma mater, resonó en los medios nacionales y será bueno para su carrera. Pero no es el único científico michoacano joven que ha hecho contribuciones importantes a la ciencia. Vienen a la mente, por ejemplo, los doctores Jesús Campos García y José López Bucio, ambos del Instituto de Investigaciones Químico Biológicas de la Michoacana, que obtuvieron el Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias. La diferencia es que no hubo tanta atención y, por lo menos en el caso del segundo, el Presidente no ha entregado los premios.
En el arte, el deporte y en la ciencia, existen individuos que buscan y alcanzan sus metas a pesar de las circunstancias. Así como Cuarón y Vela, existen numerosos científicos mexicanos que por necedad o por gusto han iniciado y consolidado sus carreras en el extranjero. Para la ciencia, el Estado mexicano ha intentado diversas estrategias para atemperar la fuga de cerebros, transitando desde la persecución y denostación hacia la aceptación. La medida más reciente es la creación de las muy anunciadas Cátedras para Investigadores Jóvenes que analizaremos la próxima semana.