Además de cubrir el desempeño de la selección nacional en el mundial de Rusia, la prensa mundial tiene la mirada puesta sobre México y es que las elecciones del próximo domingo no son para menos. En su cobertura, distintos medios han señalado semejanzas entre Donald Trump y el inminente presidente electo de México. Destaca el visible desprecio que tienen ambos líderes por la diferencia, incluyendo la de opinión y algo que acá se quiere parecer al nativismo. Por ejemplo, fue diagnóstica de AMLO la confesión que hizo en el Tercer Grado de tenerle desconfianza a todo lo que suene a sociedad civil. Su biografía como gobernante así lo demuestra. Basta recordar que durante su gestión estuvo detenida la agenda de derechos humanos en el entonces Distrito Federal, a pesar de su sociedad civil organizada y muy vigorosa. Ahora que está respaldado por un partido confesional, no podemos esperar algo distinto para el resto del país.

También hay que recordar que los altos niveles de inseguridad que entonces se vivían en la Ciudad de México desencadenaron una manifestación ciudadana. En lugar de ofrecer apoyo y acompañamiento a la población, el Jefe de Gobierno determinó que se trataba de una molesta “marcha pirruris”, indigna de atención por ser atribuible al entonces innombrable ex-presidente Salinas, el mismo al que el candidato le acaba de extender su mano franca este fin de semana.

Al igual que Trump, AMLO se expresa de manera muy negativa de la prensa que lo cuestiona. Del fake news y el failing New York Times hay un paso muy corto a la prensa fifí de la mafia del poder, los destinatarios más recientes de su descalificación han sido el diario Reforma y el profesor Gabriel Zaid. Pero la similitud más evidente entre Trump y el Peje que, por lo tanto, ha sido la más discutida, es su habilidad para insultar y poner apodos que pegan, con los deshumanizan y logran neutralizar a sus oponentes. A Crooked Hillary, Little Marco, bad hombres, immigrant infestation y el más reciente Whimpering Jimmy (este fue ganado a pulso, creo), no tienen nada que pedirle Ricky Riquín Canayín, señoritingos, minoría rapaz, ni ninguna de las otras entradas del Pejenario que compiló el propio profesor Zaid para su artículo del fin de semana pasado.

El que los políticos tiren mala onda es común y en algunos casos puede ser pintoresco. Por eso se descarta con frecuencia como una frivolidad de las campañas. Sin embargo, el lenguaje negativo utilizado por los políticos sí puede influir en las decisiones de los electores. Existe evidencia de ello en la literatura sobre ciencia política, como es el caso del trabajo que el profesor Stephen Utych de la Universidad Estatal de Boise, en Estados Unidos, publicó recientemente en la revista American Political Research, para tratar de encontrar sentido al papel que tuvo la retórica negativa en la victoria de Donald Trump.

Considerando que hay dos procesos mediante los cuales la gente forma juicios y toma decisiones, Utych evaluó experimentalmente cómo influye el lenguaje afectivo negativo a través de cada proceso. En el primer proceso de decide al tanteo, a través de una heurística y se emplea cuando hay que tomar decisiones simples. En este caso, el lenguaje afectivo negativo tiene una influencia importante. El efecto inmediato del discurso negativo es poner de mal humor a las personas, esa emoción puede ser la heurística a través de la cual se emite el juicio o se toma la decisión, porque al ser una decisión simple se tiende a usar el menor esfuerzo. Así, las poltíticas públicas y candidatos evaluados experimentalmente tienden a recibir evaluaciones más negativas cuando los electores son expuestos a lenguaje afectivo negativo que cuando son expuestos a lenguaje neutral. Pero el efecto del lenguaje afectivo negativo en las decisiones heurísticas es efímero y se acaba cuando se pasa el mal humor.

Cuando se trata de asuntos más complejos o decisiones más difíciles, hay mayor inversión de recursos mentales y se echa mano de todas las memorias e información disponibles, incluyendo los sentimientos que se experimentaron durante la formación de la memoria, a través de las llamadas actividades cognitivas de procesamiento constructivo. En estos casos el lenguaje afectivo negativo influye en la manera en la que se forman las memorias, logrando que el acceso al mal recuerdo sea más rápido que cuando se forma con lenguaje neutro. Así, sus efectos son más duraderos.

Lo malo del uso del lenguaje afectivo negativo es, según los hallazgos del profesor Utych, que perjudica tanto al emisor como al objeto del denuesto. ¡Ahora resulta que hay evidencia científica a favor del dicho popular de que cuando señalas a alguien te apuntas tres veces a ti mismo o de la expresión en inglés del “instant karma”! Basta recordar cómo contribuyeron tanto el cuento del “peligro para México” como el “ya cállate chachalaca” para que AMLO perdiera intención de voto 2006, aunque a la larga fue Vicente Fox quien perdió más prestigio y, aparentemente, la razón. En la actual campaña no funcionaron ni el “nuestra generación creció con Reforma cerrado” que repite la vocera del PRI ni las amenazas venezolanas o los “da gracias a dios de que tengo dinero para darte limosna, porque cuando gane el Peje…” que difunde parte del México clasista y conservador por Whatsapp. Esto podría deberse a que el recuerdo del plantón del presidente legítimo fue hace mucho tiempo y el mal recuerdo no es tan intenso como ha sido desastrosa la gestión de Peña Nieto. En cambio los “Meade o miedo” y “Peña Nieto es corrupto y cuando yo sea presidente sí me encargaré de que enfrente la justicia” sí funcionaron, pero en contra de los emisores.

El mal humor que generaron las campañas de Anaya y Meade con sus ataques recíprocos desde el segundo debate les causaron más daño que beneficios, como se ha comentado en diversos foros de análisis y como lo muestran las encuestas de intención de voto. Por una parte, los anuncios del miedo sí asustan y ponen de malas, pero luego los tomas de quien viene, te enojas más y con esa heurística descartas votar por ellos. Para el caso de Ricardo Anaya la estridencia de las acusaciones contra Peña son una versión civilizada de la chachalaca de hace doce años a la que no ayuda el aparente uso de las instituciones del gobierno en su contra ni los jabs de precisión del Peje con lo de la cartera y lo del Ricki Riquín. En cuanto a los efectos de la mala onda discursiva, podríamos decir que Ricardo Anaya es el Peje de esta elección: toda la mala onda que tira le regresa, además de que todo mundo le está tundiendo, hasta con el fuego amigo de he screwed over a lot of people.

No sabemos qué tipo de presidente será AMLO, pero existen suficientes semejanzas con Trump en lo superficial y en lo programático como para que estemos por lo menos alerta. En Estados Unidos el eje rector de la presidencia parece ser la intención de deshacer todo lo que había hecho el presidente anterior. Entre las medidas anti-Obama que Trump se ha empeñado en implementar están el Acuerdo Transpacífico, echar para atrás al Affordable Care Act, dejar expirar el programa DACA que concedía estatus migratorio legal a los dreamers y poner a Scott Pruitt a cargo de la agencia de protección al ambiente (esto es comparable con lo que hizo Peña de entregarle el sector ambiental al mal llamado PVEM).

Por su parte, AMLO no planea gobernar en alianza con otros (como el Pacto por México con el que Peña Nieto nos finteó a más de alguno), había dicho que cancelaría el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (hay quienes dicen que ya vio las bondades económicas de mantener su construcción, yo más bien creo que durante su campaña entendió la pesadilla que es ser usuario frecuente de ese cuello de botella), ha anunciado que va a echar para atrás por lo menos “la esencia” de las reformas que hizo el gobierno actual, sobre todo la energética y la educativa y va a vender el avión presidencial, que compró Calderón, pero usa Peña. Es más, resulta muy peculiar que quien dirigirá al CONACYT durante el sexenio de AMLO sea precisamente activista de muchos años en contra de la ingeniería genética molecular, justamente la disciplina que ayudó a fundar quien fuera Coordinador de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Oficina de la Presidencia al principio del sexenio actual. El antagonismo entre ambos investigadores distinguidísimos de la UNAM ha sido intenso y las fricciones numerosas a lo largo de los años. Aunque las convergencias entre Trump y el Peje puede ser casual, hay varios indicios que sugieren que la aversión al “legado” de Peña Nieto, por su autor más que por haber sido desastrosas, podría guiar las políticas del próximo.

De ninguna manera quiero dar a entender que Peña Nieto sea un presidente que dejará un legado digno de ser preservado o siquiera recordado. Al contrario, al igual que Calderón, con su retórica afectiva negativa, el mal humor en el que nos tiene Peña seguramente será un factor que influirá en nuestro procesamiento cognitivo a la hora de decidir por quién votar el domingo. Más bien me parece que el recelo de AMLO no es gratuito para nada. El haber sido candidato presidencial en tres ocasiones, fundador de un partido político y líder moral de un movimiento nacional lo ha hecho muy visible y lo ha dejado muy expuesto a la crítica y a la guerra sucia. A lo largo de los años AMLO se ha galvanizado y al igual que Trump ha desarrollado la habilidad de tirar mala onda. Pegar primero y con destreza le ha resultado muy rentable y por eso lleva esta ventaja insuperable en las encuestas, a pesar de ser el candidato que tiene las intenciones más negativas (por cual candidato nunca votarías).

Con el cierre de campaña encima, los principales voceros de AMLO están colocando el discurso de un inminente intento fraude electoral. Más que nervios o inseguridades de una posible derrota, que acusan los detractores, sobre todo en la campaña del PRI, yo creo que es deliberado su uso de esta retórica afectiva negativa para dar un empujoncito heurístico a favor de su candidato. “AMLO o fraude” es más efectivo y más poderoso que “Meade o miedo”, influyen la cercanía con la elección y la polarización natural al final de las campañas. Estos sí son unos genios de la comunicación política. Saben que a través del discurso pueden manipular las emociones de la gente y por lo tanto su proceso de toma de decisiones. La pérdida de 6% de los votos que Tatiana Clouthier atribuye a priori al anticipado fraude, seguramente considera la disuasión más extrema que esta retórica del miedo podría generar en el electorado.

Ojalá que las convergencias que muchos observan entre AMLO y Trump sean simples coincidencias de la campaña y que la naturaleza y el desempeño del próximo presidente sean más parecidas a las propuestas del candidato de la República Amorosa.