En estas épocas de libre mercado e inauguraciones de nuevos regímenes gubernamentales a veces da la impresión de que los sindicatos sólo son entidades de poder fáctico que compiten de alguna manera con el poder institucional. No siempre queda claro cuál es el beneficio para la mayoría de los agremiados de pertenecer a dichas organizaciones laborales. Dos ejemplos que fomentan nuestra percepción son la huelga del sindicato de la Nicolaíta que por suerte se resolvió justo antes de las vacaciones de Semana Santa o la recientemente conjurada parálisis estatal con que el STASPE recibió al gobernador Godoy. Son situaciones como las mencionadas las que nos pueden hacer preguntarnos para qué sirven los sindicatos (si bien es cierto que a otro nivel, uno podría preguntarse para qué sirven los gobiernos si con la “huelga” del STASPE buena parte de las actividades en la entidad siguieron business as usual, pero eso será tema de otra entrega).

Esta reflexión viene a colación porque anteayer se celebró el Día del Trabajo en por lo menos 34 países. Algo que siempre se me ha hecho paradójico es que, por ser una celebración medio socialista, no se celebra en Estados Unidos a pesar de que el Día del Trabajo se originó, precisamente debido a una matanza de obreros de Chicago en mayo de 1886. Sin embargo, pensando en que el conmemorar dicha matanza iba a fortalecer a los movimientos socialistas de la época, el entonces presidente Grover Cleveland decidió luego luego oficializar en 1887 que el Labor Day fuera celebrado el primer lunes de septiembre hasta que en 1894 el Congreso designó la fecha a nivel federal. Dicha celebración se remonta a 1882 cuando la organización Caballeros del Trabajo organizó una marcha con la consigna de reclamar un día para la clase trabajadora. Dicha organización laboral fue fundada en 1869 por unos sastres de Filadelfia buscando el final de la explotación de menores y reclusos, igualdad de paga para las mujeres y la participación de los empleados en la propiedad de las minas y fábricas (algo así como cooperativas). Con el tiempo los Caballeros hicieron bien la labor y se fueron actuando cada vez más como un sindicato.

En general, los sindicatos se originaron durante la Revolución Industrial. Algunos antecedentes son la derogación en 1824 de leyes inglesas que prohibían la formación de organizaciones obreras. Esto permitió que Robert Owen formara las primeras cooperativas en 1829. En el mismo año, John Dohertí fundó una organización de trabajadores de la industria textil y la primera central obrera que agrupaba a 150 sindicatos de diversos gremios, con más de 100,000 miembros. En Francia, los primeros sindicatos se formaron en 1830 por mujeres que trabajaban en la industria textil. Durante un par de décadas existió una crisis económica que favoreció la organización de grupos de trabajadores en toda Europa, hasta que en 1848 con la influencia de Marx y Engels el movimiento obrero adquiere tintes políticos además de los laborales.

En nuestro país es imposible hablar de la historia del movimiento obrero/sindical sin hacer referencia a un muchacho mexiquense que, nacido en 1900, fundó su primer sindicato a los 23 años el cual adhirió a la Confederación Regional Obrera Mexicana. Dicha central obrera, fundada en 1918 fue la primera agrupación de sindicatos nacionales. Más tarde, cuando en 1929 se fundo el entonces Partido Nacional Revolucionario, el primordio de la Confederación de Trabajadores de México ya se perfilaba como integrante distinguido de las futuras huestes priístas. El primer secretario general de la CTM fue Vicente Lombardo Toledano, quien tras cumplir un periodo de 5 años dejó en el cargo a Don Fidel Velázquez (es inevitable utilizar el Don, lo cual nos remonta a otros personajes célebres de la historia de Chicago, si bien no necesariamente a los mártires de 1886), quien, a su vez, solamente fue secretario general de la CTM en dos periodos no consecutivos: de 1941 a 1947 y de 1950 a 1997, cuando tuvo que dejar el cargo tras su muerte en junio de ese año. Durante el periodo de esplendor del PRI, la CTM se convirtió en un agente de poder fáctico muy importante en nuestro país y probablemente en la confederación de sindicatos más poderosa de Latinoamérica. Don Fidel fue sucedido por “La Güera” Rodriguez Alacaine, quien solo duró 8 años como secretario general de la CTM, quien dejó el cargo en 2005 por las mismas razones que su antecesor.

Además de que ya nos queremos ir, para aprovechar lo que queda del puente, no queda espacio suficiente para hablar de los charros. Aunque sí para resaltar la coincidencia notable de que el año pasado, durante la década del deceso de Don Fidel, se celebró en Guadalajara el Primer Congreso y Campeonato Internacional Charro “Vicente Fernández Gómez”. Así, mientras en Guadalajara se desplegaba lo mejorcito del deporte nacional oficial, los dirigentes sindicales nos amenazaban con que buscan emular a Fidel Velazquez: “A más reelecciones, es más democrático el líder, porque eso demuestra que la base trabajadora más lo quiere”.

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