Para quienes crecimos en otros lados y eventualmente nos mudamos a Morelia, así como para los turistas ocasionales, una de las particularidades más desconcertantes de esta ciudad es el peligroso comportamiento de sus automovilistas. Al consultar con varios amigos morelianos sobre el tema, la respuesta es de consenso en el sentido de que “no somos nosotros, sino todos esos chilangos que ahora circulan en nuestras calles”. Siendo originario de una tercera ciudad puedo asegurar con toda certeza y objetividad que la situación vial de nuestra ciudad no es el resultado de los inmigrantes de la capital del país. Por alguna razón, aquí, como en ningún otro lugar, se maneja con harta agresión e imprudencia y con un alarmante desdén por la ley y el reglamento de tránsito. Aunque cuando ves patrullas con los focos fundidos o carros que ostentan charolas gubernamentales pero que siguen con sus placas viejas, las expectativas de que los civiles se comporten de acuerdo a la norma disminuyen drásticamente.

Por ejemplo, aquí es muy peligroso iniciar la marcha cuando se pone el siga, porque los automóviles de la vialidad perpendicular se siguen pasando. También, es más peligroso frenar cuando se pone el alto, porque los conductores que vienen detrás de uno tienden a acelerar con el rojo. Todos conocemos a varias personas que han sido golpeadas por atrás como resultado de atender a las señales viales. A veces parece que los collarines ortopédicos son el accesorio moreliano de moda, como antes eran esas pulseritas de los chinos de la suerte o ahora lo son esos brazaletes bordados de las campañas electorales. Yo sí me he llevado varios sustos y mentadas por arrancar con el siga y frenar con el alto y hasta por dejar pasar peatones, quienes según el reglamento de tránsito, tienen la preferencia. Es esa agresividad de los infractores es lo que más desconcierta. Sobre todo porque, en la práctica, el que respeta la ley y maneja con relativa prudencia es el que está en el error.

Uno de los factores que contribuyen al comportamiento agresivo es la testosterona. Sí, la misma hormona sexual masculina responsable del vello facial, la voz de barítono y algunas formas de alopecia. Un ejemplo que ilustra su papel en la conducta es un estudio de investigadores de la Universidad Cambridge que reveló que los corredores de bolsa más efectivos, es decir, los que generan mejores ganancias para sus clientes, son los que tienen niveles más elevados de testosterona. Con su formación financiera basada en “Wallstreet”, “Boiler Room” y “En busca de la Felicidad”, le queda claro a esta columna que se necesita ser bastante agresivo para trabajar en el mundo bursátil, que se antoja más peliagudo que encontrar estacionamiento en el Mercado Independencia el sábado al medio día.

Más aún, esos investigadores de Cambridge también atribuyeron la toma de algunas decisiones impulsivas e irracionales a dichos niveles elevados de testosterona (entre más machos, más se les calienta la cabeza). Pero regresando al tema de la manejada, en un estudio realizado en la Universidad Washington, donde compararon los sentimientos de furia (a lo que en inglés llaman road rage) y la incidencia de accidentes y violaciones documentadas (aquellas que se resolvieron con mocharse pa los chescos no fueron contadas) entre conductores y conductoras. Resultó que, a pesar de que ambos sexos reportaron enojarse al manejar, los hombres fueron más propensos a incurrir en conductas que resultaron en accidentes o multas que las mujeres. Por su parte, resultó que el comportamiento de las mujeres era más sensible al alcohol que el de los hombres, pues su frecuencia de accidentes y multas se elevó más que el de los hombres cuando consumían más alcohol o tomaban con mayor frecuencia.

Pero, ¿por qué tanta violencia? La respuesta parece estar, por lo menos en parte, en nuestros genes. Al parecer, los genes de la violencia están bien conservados en el reino animal (a pesar de lo que piensan los fanáticos del diseño inteligente, como el niño predicador de You Tube, esto nos incluye a los humanos). Es por ello que investigadores de la Universidad de California, Los Angeles, están estudiando la genética de la agresión en moscas de la fruta y en ratones. A través de un estudio publicado en la revista Nature Genetics demostraron que la agresividad en moscas y ratones aumenta con un aumento de la serotonina, ya fuera a través de drogas o de escoger linajes con expresión elevada de dicho neurotransmisor. Por otro lado, resulta que la expresión (o sobre-expresión) de otra molécula, el neuropéptido Y (o el F en el caso de los invertebrados) resulta en la disminución de las conductas violentas.

Pero más que proponer un programa de eugenesia para tener una sociedad pacífica, con sus gravísimas implicaciones bioéticas, creo que debemos aprovechar el potencial que nos brindan las partes más racionales de nuestro cerebro para controlar nuestros instintos violentos. En todo caso vale más la pena contar hasta diez, cederle el paso a los peatones y, mientras nos llega la educación vial, a los colegas conductores.