En días recientes el gobierno mexicano mandó el retiro del mercado de un montón de los llamados “productos milagro”. Generalmente anunciados en infomerciales televisivos en horas infames de la madrugada, estos productos ofrecen quitarte desde el mal aliento hasta el mal de ojo, pasando por diversas dolencias como la alopecia, la presión elevada y la diabetes. Un intento anterior de controlar la venta de estas cosas fue la obligación de incluír la leyenda “Este producto no es un medicamento…” y atribuía responsabilidad al consumidor y al recomendador del mismo. Seguramente muchos de los consumidores no leían la letra pequeña—digo, quién se va a poner a leer advertencias legales y de salud a las tres de la mañana?—y terminaban por agravar sus males después del consumo de estos productos.

En muchos casos los productos mencionados en realidad eran inocuos, pero su consumo de todas formas resulta ser un peligro para los usuarios. Expliquemos con el caso hipotético de la persona A que contrae influenza y en lugar de ir al médico por su Tamiflú y quedarse a reposar en casa, decide comprarse su Citrus-Guander (una medicina hipotética, que al parecer es homónima de un ¡limpiador de pisos!). Después de una semana sigue enfermo el sujeto A y al tener dificultad severa para respirar y una temperatura muy elevada, finalmente se interna en el hospital, pero ya está muy avanzada la influenza y no hay un final feliz.

Otro ejemplo es el sujeto B quien en un chequeo general aprendió que tiene el colesterol y la presión altos, a pesar de tener hábitos de salud relativamente buenos. El médico le receta un par de medicamentos, pero como no le gusta meterse químicos acude con su homeópata de cabecera (práctica muy común en una gran proporción de tapatíos educados, incluyendo a los que tienen un “background” en ciencia), quien le da unos comprimidos de azúcar con alcohol y le manda suspender las medicinas “alópatas”. Como los chochos no tienen nada de principio activo, el colesterol de nuestro sujeto B aumenta hasta que sufre una embolia —Literalmente no hay nada en esas cosas: preparan una solución del veneno y lo diluyen tanto que las probabilidades de que quede alguna molécula del soluto disminuyen a cero. Pero aquí es donde empieza la magia. El solvente, generalmente etanol, supuestamente guarda las propiedades energéticas del principio activo y por un mecanismo que nadie ha podido describir ni demostrar.

En fin, si bien la ingesta muchos de estos remedios “naturales” en realidad es inocua, extrapolar a “si no me hace bien tampoco me hace daño” puede ser muy riesgoso por los efectos indirectos—causados por dejar de tomar un tratamiento de verdad. Hay que cuidarse y pensar de manera crítica también en lo que concierne a nuestra salud.

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