(Publicado originalmente en Capital Michoacán)

En días recientes se registraron incendios muy severos en las inmediaciones de Uruapan. Conforme pasaron los días, medios de comunicación y autoridades confirmaron que se trató incendios provocados por empresarios con la intención de extender la frontera aguacatera y acumular mayores ganancias. Aunque los incendios provocados no son nuevos, nunca habían estado tan cerca de la ciudad ni habían sido de una magnitud tan considerable.

El oro verde, como se ha llamado al aguacate, genera ganancias tan altas que parecen compensar los riesgos de emprender acciones ilegales, sobre todo en uno de los estados con mayor impunidad. Y es que gracias al aguacate, Michoacán es el estado agrícola más importante de México. Efectivamente, 2 de cada 5 pesos que genera el sector agropecuario en nuestro estado, provienen del aguacate. Y Michoacán capta 8 de cada 10 pesos de la producción nacional de aguacate.

Aguacates

Sin embargo, la fiebre del oro verde también tiene aspectos negativos. El más evidente es que las ganancias por la producción de aguacate son tan grandes y el riesgo de ser castigado es tan bajo que, en términos prácticos, las autoridades fomentan el desmonte ilegal del bosque, incluyendo a través de incendios provocados, como los de Uruapan. El colmo es que una vez establecidas las plantaciones de aguacate, aunque sean de origen ilegal, los productores tienen acceso a subsidios gubernamentales para mejorar su producción.

Por su biología y su origen, el aguacate requiere condiciones específicas de humedad y temperatura que se dan casi exclusivamente en el llamado bosque mesófilo de montaña. Este tipo de vegetación ocupa menos del 1% de la superficie de México, pero alberga a numerosas especies biológicas, incluyendo al 10% de las plantas del país, muchas de las cuales viven exclusivamente en este ecosistema. Además, los árboles del bosque mesófilo de montaña captan agua de lluvia y la neblina, permitiendo la recarga de los acuíferos de las cuencas donde se encuentran. Al sustituir el bosque con plantaciones de aguacate se daña la capacidad de captar agua del ecosistema, poniendo en en riesgo la viabilidad hídrica de las cuencas. Es decir, ya no se capta tanta agua y por eso muchas plantaciones de aguacate tienen que bombear agua desde la parte baja de la cuenca para cubrir las necesidades de la plantación.

Dice el refrán popular que no hay que poner todos los huevos en la misma canasta. Y esto es especialmente cierto en agricultura. El mercado demanda aguacate muy homogéneo con ciertas características predecibles, por lo que la variación genética del cultivo es muy baja, lo cual lo hace susceptible de colapsarse en caso de una plaga o enfermedad generalizada. Un ejemplo reciente es la pérdida por una enfermedad de unos dos tercios de la superficie cultivada con agave tequilero en Jalisco a finales de la década de 1990.

Otro riesgo de apostar tanto a un solo cultivo es económico. Hasta hace unos cuantos años los Estados Unidos, principal destino del aguacate de exportación, tenían un embargo contra el aguacate mexicano argumentando razones fitosanitarias. Sin embargo, era claro que se trataba de una medida proteccionista para favorecer la producción de aguacate en aquel país, especialmente en California. Dado el potencial de lucro del aguacate, la posibilidad de un embargo cuando California se recupere de la sequía y logre aumentar su producción de aguacate no descabellada.

La industria aguacatera genera grandes ganancias a lo largo de toda la cadena productiva y podría ser un ejemplo para otros productos agrícolas. Sin embargo, el costo ambiental y de salud pública de la fiebre del oro verde es muy alto, por lo que se requieren controles. Por ejemplo, los consumidores pueden exigir que el aguacate esté certificado por algún organismo que verifique la integridad ambiental de las cuencas donde se produce. Por su parte, el gobierno debe vigilar y en su caso sancionar económica y judicialmente cuando se trate de plantaciones de origen ilegal.