Uno de los principales retos que enfrenta la humanidad es la producción sostenida y suficiente de alimentos de cara a su impresionante expansión poblacional, pues se espera que la población casi se duplique en las próximas décadas y que alcanze los 11 millardos para el 2050. Aproximadamente 80 por ciento del alimento consumido lo constituyen cereales y más de la mitad de la población basa su dieta en tres especies, el arroz, el trigo y el maíz. Esto es notable si consideramos que a pesar de existir unas 30 mil especies de plantas vasculares, de las cuales 9 mil son gramíneas, la dieta humana dependa de un número tan reducido de éstas.
Por otro lado, las culturas que se han desarrollado en sitios de gran biodiversidad, como la mexicana, efectivamente consumen un mayor número de especies. Por ejemplo, en nuestro país, donde existe una gran cantidad de cactáceas, se consumen los frutos de una gran variedad de éstas, como el caso de las pitayas, garambullos, chendes, chichipes y, obviamente, las tunas. Por cierto, el cultivo del nopal es bastante popular en unos 40 países del mundo y ocupa más de un millón de hectáreas. La mayor parte de esa superficie está dedicada al cultivo de forraje para ganado, sobre todo en Brasil, donde tienen sembradas como 400 mil hectáreas. No llegan ni a las 100 mil hectáreas las que son utilizadas para el cultivo de tunas, básicamente en México y en las islas mediterráneas de Italia, aunque también se cultiva en California para atender a los mercados mexicano e italiano de Estados Unidos. Algo que siempre se me ha hecho notable es que los mexicanos somos los únicos que comemos nopalitos, lo cual explica el que solamente en nuestro país se cultive el nopal-verdura.
Esta disparidad entre el número de especies disponibles y el número de especies utilizadas tiene que ver tanto con particularidades genéticas de las plantas y el ambiente predominante de los sitios donde crecen, como con la intensidad de manejo que han ejercido los humanos a lo largo de la historia. A este manejo y selección artificial que se ha ejercido sobre los diversos organismos útiles se le conoce como domesticación, que en sus orígenes tiene que ver con la invención de la agricultura.
Recordemos –es un decir, porque ni los líderes vitalicios de sindicatos y centrales tienen memoria directa de esto– que los grupos humanos antiguos basaban su alimentación en la caza de animales y la recolección de plantas. Eran nómadas y tanto el rumbo como la estacionalidad de sus migraciones dependían de la disponibilidad de alimento. Imagínense uno de estos documentales de los canales de la naturaleza –antes de que se volvieran de nota roja o de marcianos– donde siguen a grandes manadas de los parientes silvestres de vacas y venados por la sabana africana siguiendo las lluvias y el crecimiento de los pastos de los que se alimentan. Ahora, añadan a la manada de humanos marchando, digo, desplazándose detrás de los cuadrúpedos.
Todo igual si no fuéramos una especie tan inteligente. Y es que nuestros ancestros fueron aprendiendo cosas sobre las plantas y los animales que seguían para comer hasta que hace unos 10 mil años les cayó el veinte de que al enterrar ciertas partes de las plantas que les gustaba comer, crecían nuevas. También aprendieron a criar algunos animales. A todos nos enseñaron que la agricultura se inventó en Mesopotamia. Efectivamente, los vestigios más antiguos del origen de la agricultura fueron hallados en el Medio Oriente. Sin embargo, también se han encontrado vestigios de domesticación temprana en otros nueve lugares en el mundo. Entre ellos se encuentran unas cuevas en la frontera de Puebla con Oaxaca en las que se encontraron indicios de la domesticación de frijol, calabaza y maíz.
Algo que me llama la atención es que la mayoría de estos sitios donde se inventó la agricultura, si bien tienen alta biodiversidad, son sitios donde el desarrollo económico deja bastante qué desear. Aquí podríamos preguntarnos por qué los lugares donde se inventó la agricultura (es decir, donde se desarrolló la tecnología alimentaria que permitió volverse sedentarios) no se han convertido en potencias.
La respuesta parece tener dos partes… al igual que esta columna que continuará la próxima semana.