Con el anuncio del proyecto de reforma energética que hizo el Presidente Peña Nieto, ayer comenzó uno de varios debates “estructurales” que tendrá este país en los próximos meses y que definirán el rumbo que tomará la nación durante el presente siglo… por lo menos hasta que se acabe el sexenio y llegue otro equipo e implemente sus propios proyectos, programas y reformas.
Un aspecto muy importante de las propuestas de reforma energética es la generación de energía limpia, que si bien es considerada en todas las propuestas, no se encuentra en el centro del debate. En una entrega anterior de esta columna discutimos el artículo de Raupauch y colaboradores que documentó cómo el escenario de emisiones de efecto invernadero más pesimista es el que se parece más a la realidad. Se trata de una trayectoria de desarrollo que sigue dependiendo intensa e intensivamente de los combustibles fósiles, a pesar de que todos los sistemas de soporte de la vida en el planeta están alterados, muchos de manera irreversible.
Un aspecto muy esperado por algunos sectores del país es la posibilidad de que los particulares tengan la oportunidad de invertir y obtener ganancias en la generación de electricidad por medio de fotoceldas. En la actualidad, la CFE permite que instales celdas solares en tu casa y que te conectes a la red eléctrica para no tener que guardar la energía en baterías que son muy contaminantes. En las épocas del año y en las horas del día con suficiente Sol, surtes tu casa y el excedente se integra a la red eléctrica; en la noche o durante la época de lluvias la CFE te surte. Al final del mes calculan la diferencia entre cuánta energía produjiste y cuánta te surtió la compañía de luz. Si consumes más de lo que produces te cobran la diferencia. Sin embargo, si produces más energía de la que consumes, gracias a esa restricción constitucional que prohibe a los particulares producir y vender energía, la CFE te agradece mucho el gesto y ya.
En la actualidad todavía es bastante caro hacer una instalación doméstica de celdas solares para conectarse a la red eléctrica, además de que las celdas solares todavía son bastante ineficientes. Sin el incentivo de recuperar la inversión en algún momento –muchas veces quienes convierten sus casas a energía solar ya redujeron bastante su consumo por lo que la amortización de la inversión en las celdas solares tardaría varias décadas– quienes adoptan estas tecnologías lo hacen por altruismo y porque su conciencia ambiental es más grande que sus cuentas de banco, que deben ser bastante amplias.
En un país donde más de la mitad de territorio es semiárido o árido, en el que la falta de ríos con grandes caudales o de suficiente lluvia para llenar presas acopladas a centrales termoeléctricas es compensada con una cantidad más que generosa de radiación solar, urge cambiar las reglas para que los particulares puedan producir su electricidad y venderle el excedente a la CFE. Eso seguramente fomentará que más particulares instalen celdas solares en sus casas incluyendo en instalaciones colectivas en los nuevos desarrollos inmobiliarios de interés social que están surgiendo al rededor de todas las ciudades del país.
También es necesario invertir en el desarrollo de nuevas celdas solares que sean más baratas y eficientes. Sin embargo, en un país donde el Estado apenas invierte medio por ciento del PIB en ciencia, la única forma de canalizar mayores recursos sería permitiendo que la industria invierta en desarrollo pero con la certeza de que va a poder vender su tecnología y la energía que genere. Algo que es muy digno de mención es el hecho de que la Secretaría de Energía y el Conacyt están invirtiendo una fortuna en un consorcio de investigación que, entre otras cosas, buscará mejorar nuestra captura de energía solar. Sin duda esto es un esfuerzo más serio y mejor enfocado que el dispendio y dispersión de las llamadas Redes Temáticas que recibieron gran cantidad del presupuesto de ciencia en años recientes.
Sin duda la discusión el tema de la energía es espinoso; más en un país como México donde la ideología muchas veces tiene más peso que los datos. Mientras unos acusan que la propuesta oficial de reforma fue timorata y otros que viola los principios más sagrados de esta nación, seguimos malbaratando el petróleo crudo, importando gasolinas cada vez más caras y, en los hechos, asumiendo que ni hay calentamiento global ni reservas finitas de combustibles fósiles.
Una reforma energética verdaderamente útil trazaría una ruta para reducir la dependencia del petróleo –tanto del gobierno que usa a Pemex como fuente de ingresos como todos los sectores de la economía que utilizan energía para funcionar–. Como académico se me hizo bastante sensata –en la teoría; la implementación es más difícil– la propuesta que hizo Jorge Castañeda en su breve y frustrada campaña presidencial, usar el petróleo que nos queda para construir carreteras, trenes, puertos y universidades pronto, antes de que de veras se nos acabe el bono demográfico.
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